martes, 8 de noviembre de 2011

Una noche... diplomática.

Esta es una historia real. Pasó hace algún tiempo ya, algo más de 2 años. Pero aunque no lo crean me marcó tanto que la quise recordar escribiéndola acá. Espero no olvidarla, ya que aunque mi co-protagonista ni lo imagine, fue bastante importante. Nombres y lugares han sido cambiados para proteger mi identidad (ók) y la de los involucrados. Ojalá la disfruten. al menos vivirla, fue bastante divertido...



Un consejo: por mas desesperada que se esté, no le pidan JAMAS a alguna amiga que les presente a alguien. Punto. Muchas dirán “ah, pero como, si yo así conocí al amor de mi vida!” No diré que aquella adolescente fantasía de la perfecta cita a ciegas pueda cumplirse alguna vez, pero tajantemente diré que es la EXCEPCIÓN y no la REGLA. Así de simple. Esa tensión donde uno no conoce al susodicho que tendremos al frente un interminable y sudoroso par de horas, donde trataremos de adornar con los más rosados y sexys detalles nuestra aburrida y rutinaria vida diaria; donde a cada rato nos preguntamos si tendremos algo o no entre los dientes, de verdad NO SE LA DOY A NADIE.

Así fue como conocí a este chico, compañero de universidad de una amiga. Debo aceptarlo, lo vi en una foto en el Mac de mi amiga y me dejó marcando ocupado. Lo encontré guapísimo, con actitud de motoquero, chaqueta varonil, lentes de sol a lo “Top Gun”, peinado cashual (léase tal cual), como jugador de rugby, TAL como me gustan a mí. Personalmente, esos flacos altos no les encuentro ninguna gracia, ¿de dónde me voy a agarrar? No. Este era una especie de Tom Cruise chilensis. En resumen, justo lo que necesitaba en ese momento de mi vida, un SPE de aquellos. Le pedí que nos presentara, que me lo mostrara, o lo-que-fuera y así fue como terminamos en un resto-bar-pub; o como se llamen esos lugares con nombre rebuscado y que buscan ser alternativos pero que terminan siendo más de lo mismo; un poco de Bellavista en Providencia, con los mismos happy hours. Yo con mi mejor pinta, mi amiga de chaperona y otra amiga más; que como después me enteré, casi había caído en las garras de este famoso de apellido bonito y ojitos de patrón, seducida por un vino y una película en su departamento. Oferta que, luego de conocerlo, me parecía algo IRRESISTIBLE, pero que después de unas semanas, habría preferido un vino en caja, la banca de una plaza y alguien un poco más interesante…

Lo miré toda la noche. Tanto, que podría haberle contado las pecas, los pelitos de la barba, y bueno, otras cosas más que no vienen al caso. Aparecieron más amigos, (aunque yo no miré a nadie nunca más), los shop corrieron, la conversación fluyó, la cuenta llegó y la típica pregunta se escuchó: “¿Dónde nos vamos ahora?” Partimos así todo el grupo a su departamento, luego del innegado paso por la botillería más cercana a abastecernos de aquel sagrado elixir que es Capel de 35°.

Apenas entramos, el anfitrión tomó su guitarra y listo. Morí. Me sentía como un mashmelow puesto poco a poco al calor… escuchar su voz y de fondo los tenues acordes de la guitarra acústica eran un fuego en el que yo me derretía lentamente…uff, me dejó loca. ¡Así de simple! Es increíble lo fácil que podemos caer cuando estamos un poco necesitadas. Por eso lo repito; nunca se dejen llevar por esas primeras impresiones cuando llevan algo de tiempo sin haber conocido a nadie ni haber tenido un poco de acción. DE VERDAD. Sinceramente, no recuerdo ninguna canción de las que cantó, solo recuerdo su voz, sus manos en la guitarra y con eso me bastó para imaginarnos caminando hacia el altar con la marcha nupcial y el Ave María de fondo, yo con una enorme cola blanca de 5 metros y él con su sonrisa pepsodent esperándome a lo lejos.

Así, terminamos amaneciéndonos en aquel diplomático departamento con sillones de cuero y vista a todo Santiago, cantando todas las canciones existentes que recordamos. Como supondrán, no pude dejar de pensar en él en toda la semana, solo quería verlo y aunque no me hubiera hablado ni tomado NADA de atención (ahora puedo asumir aquello sin dolor después de mi mes de duelo), simplemente creí que éramos el uno para el otro, que lo que había sentido había sido mutuo y que nos casaríamos y tendríamos hijos rubios, con apellido imponente y con pasaporte e inmunidad diplomática. FAIL.

Mi amiga cedió ante mis suplicas y así, el fin de semana siguiente, nos juntamos en la casa de mi otra amiga. 3 horas fácilmente debo haber pasado viendo qué me iba poner. Nuevamente, caí fulminada ante sus ojos, su voz, su manera de fumar, de tomar el vaso, de reírse, de caminar, de bailar…en esos momentos para mí era un príncipe azul y el taxi en que después nos iríamos a su departamento, nuestro corcel blanco, con lacayo (taxista) incluido. Así de cursi y punto (supongo que darán por hecho que el lado cebolla y sentimental yo lo tengo explotado en su máxima potencia). Lo que yo no sabía era que mis amigas habían urdido un plan para hacerme “gancho”, así que cuando todos disponían a irse, mi amiga dueña de la casa, me dice que no puedo quedarme a dormir. Yo, sin saber qué hacer, hasta que escucho una dulce y maravillosa voz “te puedes quedar en mi departamento si quieres” por supuesto, no me hice de rogar, pero recuerden, SIEMPRE DIVI.

Y como nunca puede faltar en estas ocasiones el amigo que no supo medir su cuota de alcohol, andaba con un cacho (irónicamente, mi primer amor del colegio, del que estuve enamorada de 7°básico o 4° medio) no muy livianito por lo demás. Llegamos así los 3 a su depto, yo acosté a mi amigo en el sillón y comenté “casualmente” que tendría que dormir con él, a lo que mi príncipe Disney exclamó con un impulsivo y básico (prehistórico y uga-uga, más bien) “No, tu dormir en cama mía, yo acostarme en sofá”. Casi le falto pegarse en el pecho y gritar a lo Tarzán, mientras yo miraba para ver si había alguna liana cerca. Cualquier mina en sus cinco sentidos habría interpretado claramente lo que significaba aquella frase, pero claro que a mis oídos totalmente embobados lo que yo escuché de su boca fue algo así como un caballeroso y cortés: “Mi bella dama, os ruego hacerme el honor de ocupar mis aposentos, que yo dormiré a la siga suya para guardar vuestro sueño” (lo rosado también lo escuché).

Siempre Divi, me saqué mis zapatos, rogando haberme puesto calcetines pares y sin hoyitos, y me acosté en la cama. El se sentó al lado mío, en un sofá y yo (no sé de dónde saqué esa achocolatada voz de gatita) le comenté “vas a dormir ahí ¿en serio? Si cabemos los 2 en la cama…” PUM, en 5 segundos mi caballero saltó, apagó la luz y se apegó a mí, que en esos momentos me sentí en el paraíso mismo.

De verdad, creo que todas estarían de acuerdo conmigo en que cuando el mino que a una le ENCANTA, que de verdad, al más mínimo contacto provoca que se te erize la piel, te toma un poco de atención, una se siente una REINA. Yo de verdad, esa noche, independiente de lo que hubiera pasado después (o lo que no pasó realmente), lo pasé increíble. Me destapé, conocí una parte de mí que no tenía idea que existía, me quise, me saqué complejos, tabúes, (y para qué hablar de la polera, los jeans, y mis poco maduros calzoncitos rosados con monitos). Realmente hoy, después de algún tiempo, podría recomendarle al chico este que lavara sus almohadas, que cambiara sus sábanas, que ordenara su baño, que no dejara la ropa sucia en la tina, que no tirara los conitos de confort vacíos atrás del WC, que cuando se afeitara PORFAVOR limpiara el lavamanos, que tuviera cuidado de no salpicar elementos no deseados sobre su conquista casual, y millones de etc. pero en ese momento su pieza me parecía el más atractivo aposento en el cual pasar la noche.

Siempre he sido “algo” enrollada, excesivamente enamoradiza y pasional, y como se supondrá ya después de esa noche no sólo me había casado y tenido hijos con este futuro político, si no que habíamos viajado a nuestra luna de miel, teníamos nuestra casa maravillosa de 2 pisos, con nana, un labrador y una piscina maravillosa, le había presentado a mi mamá, a toda mi familia, veía que auto familiar íbamos a comprar, etc. Al otro día ya solo veía corazoncitos rosados en el aire, y sólo pensaba en él y en cuándo lo volvería a ver. Y así llegó el fin de semana, quedamos un grupo de juntarnos en su departamento para ir a bailar y a cantar a un karaoke. Llegué con tantas ilusiones, mis ojos brillaban, ese toque. Era como si hubiera descubierto al fin a mi media naranja, mi frutero entero, a ese nivel estaba.

Por supuesto, el fue cortés conmigo, pero nada más ni nada menos. Nunca me miró, nunca me habló, nada. Un simple hola, un beso y sería. Yo sentí que toda mi historia medieval perfecta con príncipe, corcel y lacayo, se me iba a pique. La verdad, ahora puedo recordar diversas anécdotas divertidas de aquella noche, pero en ese entonces, no hice más que lamentarme y tratar de descubrir qué había hecho mal. Claramente, no erré en nada, sólo en el hecho de creer que una noche me prometía a su vez casi una vida entera junto a él… es increíble las películas que uno puede pasarse, con una mirada, con una sonrisa, o con una invitación a dormir que una cree que es el paso a “algo más”, pero que en definitiva, para algunos como él, no es más que una noche con alguien al lado. Por eso les digo a las que me lean, antes de entregarse por completo a alguien, asegúrense de que están en la misma sintonía. No tiene nada de malo estar con alguien y pasarlo increíble sólo por una noche. Pero si uno tiene expectativas diferentes, y sabe que al otro día será todo incómodo y que realmente (porque TODAS tenemos ese sexto sentido en lo que a hombres se refiere) NO NOS VAN A LLAMAR, no gracias. Mejor dar media vuelta y seguir pasándolo bien con las amigas. Después de todo, si queremos más que un simple amanecer con alguien al lado, es mejor tener paciencia, porque cuando busca y busca, sólo se encuentra lo que hay en la superficie. Mientras que lo que de verdad puede llegar a ser algo, va a ser notorio por sí mismo, y créanme, nos daremos cuenta que es así.

En síntesis, fue la mejor noche en mucho tiempo, pero las 2 semanas que le siguieron, las peores. Me costó superarlo, llegó su cumpleaños, me invitó, y aunque no estaba muy segura de ir, mis amigas me convencieron y terminé carreteando en la casa de un amigo de él embaladísima, nunca me preocupé de él, ni donde estaba, si me estaba mirando, NADA. Eso creo que fue un gran paso para olvidarlo, tenerlo al frente, respirar hondo, y decir CHAO. Igualmente seguía pensando en él, pero cada vez menos, hasta que apareció inesperadamente otra personita a revolverlo todo, pero esa es otra historia…

D.

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